Ó2004,
Fundación Indi-go Ecuador.
Digitalizador: @ Fundación Indi-go
La conciencia
Índigo
futuro presente
ÍNDIGO: HIPERSENSIBILIDAD, INTUICIÓN Y RABIA
María Dolores Paoli
Hay que recordar que nuestra misión como padres y
docentes de estos niños
es servir de puente entre esa particular sensibilidad e
inteligencia para ayudarlos a canalizarla
y ser útiles a la
humanidad.
La hipersensibilidad de los niños Índigo se manifiesta física,
emocional, psíquica y espiritualmente.
Sensibilidad física
Físicamente, sus sentidos están más activos,
su vista abarca un mayor campo visual percibiendo tonalidades de colores que
los adultos, vibrando en tercera dimensión, no captan. Por ello, son
hipersensibles a la luz fluorescente por lo que puede presentarse una
distorsión de percepción ocular lo cual acarrearía problemas de lectura y
escritura. Pueden, desde muy pequeños, percibir fácilmente el aura de las
plantas, animales y personas.
Utilizan su intuición visual percibiendo la
energía, la frecuencia de luz, que emana de las personas u objetos. Por
ejemplo, si se llama a un bebé mentalmente, intuitivamente, el bebé volteará a
ver el origen de la emanación de la energía, captada inicialmente por una
frecuencia de onda mental y buscará de dónde viene la luz que está percibiendo.
Su alerta va más allá de sus sentidos físicos, utiliza los “suprasentidos”
(extensión de los sentidos físicos que vibran en una rata más sutil pero que se
apoyan en los sentidos físicos para desarrollar sus antenas interdimensionales).
Auditivamente perciben decibeles de mayor
alcance por lo que son muy sensibles a ruidos estridentes, los cuales les
aturden. Por otro lado, su sentido olfativo está muy asociado a la identificación.
Con gran facilidad captan la vibración olfativa que emana el olor de la
persona, sitios, objetos, al igual que detectan olores a distancia. Son muy
sensibles a olores de químicos que los irritan y desequilibran, así como olor a
tabaco, perfumes, pesticidas. En cuanto al gusto vemos que tienen preferencias
e inclinaciones muy definidas desde temprana edad en la comida. Tienden más
bien a ser vegetarianos espontáneamente desde pequeños, con mayor inclinación
por las frutas. Desarrollan frecuentemente sensibilidad reactiva o tóxica por
determinadas comidas, en especial aquellas que tienen aditivos, preservativos y
colorantes. En cuanto al tacto, es el órgano a través del cual manifiestan
mayor sensibilidad. Reaccionan a nivel cutáneo con urticarias y alergias a todo lo que no está hecho con materiales cien por ciento
naturales, de ahí su incomodidad a las gomas de la ropa interior, las etiquetas
y las mezclas de materiales sintéticos en contacto con la piel.
Los Índigo duermen menos, pudiendo descansar
plenamente en cuatro horas mientras que a los adultos, de tercera dimensión,
nos lleva ocho horas recuperarnos. Comen menos y tienen más energía pudiendo,
como Índigo adultos, ser más productivos en menor tiempo, pues tienen la
capacidad espontánea de comprimir el concepto de tiempo cronológico. Para ellos
no hay tiempo lineal sino interdimensional.
Sensibilidad emocional
En cuanto a la parte emocional, su
sensibilidad se manifiesta en la habilidad de leer las “agendas” de los demás
pues, a través de sus “suprasentidos”, perciben a
nivel celular lo que está sucediendo. Por ello no aceptan el juego del poder,
de la autoridad. Ellos captan que la autoridad es un mecanismo de control
basado en el temor y ésta es una energía propia de tercera dimensión que no
tiene cabida en la cuarta dimensión.
El temor es capitaneado por el Ego, el que
nos hizo olvidar nuestro origen divino, el que tiene como pilar de
sustentación, la separación, la duda y se manifiesta, entre muchas otras cosas,
por mentira, control, manipulación, superioridad, inferioridad, impulsividad,
violencia. Estos son mecanismos a través de los cuales los Índigo no funcionan,
se rebelan, confrontan, pues no es una energía inherente a su frecuencia debido
a que el temor es aprendido, es decir, no es intrínseco a nuestra esencia.
Ellos vienen a crear una sociedad basada en el amor, la cooperación. En cambio,
el temor separa, compite, descalifica, por ello no se alinean con la imposición
o su contrapartida, la sumisión.
Se rebelan alegando el respeto a su
individualidad, haciendo alarde de la realeza de su esencia. Para ellos, la
honestidad y la apertura son la base del respeto, la autenticidad y la
visibilidad es su mecanismo de vida, todos ellos, atributos propios de cuarta
dimensión. De ahí que nos confrontan a los adultos al trabajo de las emociones,
del autoconocimiento, del discernimiento de nuestro
abordaje en relacionarnos, revisando si es desde el temor o desde el amor.
Sensibilidad psíquica y espiritual
Psíquicamente, al estar más integrados con su
esencia, manifiestan dones y capacidades que nosotros, desde nuestra limitación
de tercera dimensión, consideramos poderes psíquicos pero, realmente, son la
utilización de su cualidad divina expansiva. De ahí que vengan con inherentes
capacidades de sanación, manejo de energías a
distancia, conexión libre y directa con la supraconciencia,
su Yo Superior, manifestándose en telepatía, clarividencia, clariaudiencia,
intuición, sueños premonitivos. Al estar su nivel de
conciencia más expandido pueden anticipar con gran facilidad las vibraciones de
las personas, objetos, situaciones, conociendo de antemano el posible
escenario.
Se conectan espontáneamente con su intuición,
la voz del alma a través del corazón, la puerta de entrada a lo interdimensional. De ahí su gran sensibilidad. Nosotros,
los padres y educadores, debemos preservar, respetar, no bloquear o doblegar
esa habilidad, pues, lamentablemente, se requiere sólo de un comentario o
invalidación insensible de parte del adulto para desconectar al niño de su
intuición. Ella es su bastón de protección, la que lo mantiene a salvo, fuera
de peligro conectándolo con su Yo Superior. En el milenio pasado se opacaba la
importancia que tenía la intuición porque todo lo que no era concretamente
comprobable se desdeñaba. Con esa actitud afianzamos nuestro alejamiento de
nuestra esencia, nos desconectamos de nuestro corazón sustituyendo nuestra
valía por elementos de aprobación externa. De ahí que cambiamos la conexión del
ser por el tener como forma de sentirnos seguros y aceptados.
La intuición no es irracional, no requiere
que se le invalide o ignore a través de la razón, ni a través de la desconexión
de nuestros sentidos. Los sentidos están para complementar y apoyar la
intuición, para darle información, para incentivarnos a poner atención en lo
que sucede a nuestro alrededor y relacionarlo. Enseñarles a los niños a que
oigan su corazón con la actitud de que honren lo que sienten, es la mejor forma
de afianzar la intuición en ellos. El alimentar su intuición le ofrece al niño
un mundo amistoso, lleno de aventuras, divertido, porque sabrá retirarse de
personas y situaciones que no le son beneficiosas, su corazón se lo dirá y él
lo implementará en la medida que respetemos y validemos su intuición. La
intuición es como un músculo que necesita ser ejercitado para ser receptivo y
nosotros los adultos estamos en el rol de guiar a nuestros hijos a afianzar
este sexto sentido.
Si los padres se inclinan a que los hijos se
centren en el cumplimiento de metas, a evaluar la vida solo por el resultado,
no tolerando equivocaciones, los niños vivirán solo para lograr el éxito,
independientemente de cómo logren fomentarlo para obtener la aprobación de sus
padres. Estas condiciones activan el temor en los niños, haciéndoseles difícil
alinearse con la intuición ya que el temor opaca la intuición y por ello hemos
crecido oyendo más a nuestros temores que a nuestros corazones. Cada día, los
niños cargan las expectativas y ambiciones de los padres sobre sus hombros por
lo que el temor es su fuerza conductora. Por ello, la mejor forma de asegurar
que los niños crezcan seguros es que se sientan motivados por un sentido de
guía interna, en vez de por el temor.
Los niños Índigo ya vienen con su intuición
activada porque utilizan un mayor porcentaje del cerebro y una mayor relación
entre el lóbulo izquierdo y derecho. Sin embargo, si no nos hacemos solidarios
con sus capacidades las podemos bloquear y activar mucha frustración y rabia en
ellos. Para ayudar a los niños a que nutran su intuición, lo más importante que
deben de hacer los adultos es cultivar la presencia en la acción y escucharlos
con atención.
Índigo y rabia
La rabia es una emoción que es considerada
normal al sentirla. Todos los seres humanos, tanto grandes como pequeños, han
vivido esta emoción,. Sin embargo, es normal porque la
mayoría de la gente la ha experimentado, más no es natural porque no es
intrínseca a la esencia del ser humano, ya que no nacemos con ella sino que la
vamos aprendiendo en el camino de la vida por modelaje,
por lo que la conducta se imita después que se la ha visto ejecutar en el
entorno.
A medida que los niños Índigo van creciendo
vamos observando, con cierta frecuencia, que tienden a ponerse rabiosos. Para
entender esta manifestación posible se requiere entender el proceso de la
rabia. La rabia es una emoción que se nutre de necesidades insatisfechas cuyos
pilares están fundamentados en la injusticia, impotencia, en pensamiento de exigencia
y de culpa.
Las manifestaciones de rabia física,
ventilada, se notan en gesticulaciones de contracción en el cuerpo como puños
cerrados, en tensión muscular de la cara reflejada en ceño fruncido, muecas con
la boca, chasquidos de dientes, contracción de la mandíbula, ojos desorbitados,
tensión en las cuerdas vocales, expresándose en el subir del tono de la voz, el
grito, atropello o abuso verbal y un mayor riego sanguíneo que aumenta la
temperatura. Estas pueden haberse visto inicialmente en el círculo familiar
primario como son los padres, hermanos; en el secundario como son los abuelos,
tíos, demás familiares y/o en el terciario que es el medio ambiente, el
colegio, la televisión y otros medios de comunicación. La influencia se
minimiza a medida que el círculo se aleja del entorno inmediato del niño.
Si reaccionamos visceralmente
a los estímulos, sin modelar calma, los niños aprenden que esa conducta es la
adecuada y la copian accionándola cuando se sienten frustrados y las cosas no
les salen como ellos desean y esperan. Nuestra reacción les ha dado un patrón,
una forma de percibir los hechos. Con ella les hemos proporcionado una
evaluación del estímulo bien sea con nuestras palabras o con nuestros gestos,
que luego van a imitar. La rabia es una alerta de que no estamos manejando un
aspecto emocional en nuestras vidas. Por ello, si actuamos con calma ante una
situación de frustración les estaremos dando el mejor regalo de modelaje, la mejor herramienta para manejar las tensiones
en el futuro. Los niños aprenden más por lo que viven que por lo que oyen. Por
lo tanto, esta emoción se da cuando no se puede manejar el contraste de las
emociones fuertes entre lo que se desea y lo que se logra.
En el Índigo, el contraste forma parte de su
cotidianidad. Vive emociones fuertes entre lo que su inteligencia espiritual le
proporciona y lo que capta de su entorno material. Le cuesta manejarlo pues por
su misma condición de expansión, captan multidimensionalmente
energías de otros planos más sutiles que lo confrontan con la densidad de la
realidad de tercera dimensión, sintiendo un embate energético. Este aspecto se
da mayoritariamente en el ser Índigo que tiene mucho tiempo sin reencarnar y
que viene a asistirnos a la humanidad en el paso de transición hacia otra dimensión.
A ellos les cuesta manejar la densidad del
cuerpo, lo sienten como un freno a su sutileza, sus pensamientos son más
veloces que su articulación y sienten impotencia con las herramientas de
comunicación como leer, escribir, repetir, pues son métodos muy lentos para su
propia velocidad de vibración. También les cuesta poner en práctica la
paciencia, pues en sus mundos sutiles la manifestación del deseo o de la
intención es inmediata, el tiempo entre estímulo y respuesta no se hace
esperar. En cambio, en tercera dimensión el impulso se demora para que pase por
todas las matrices de creación y se logre concretizar. Sus pensamientos de
exigencia que activan la rabia son más altruistas porque desean que
evolucionemos, nos quitemos la venda de la ignorancia de quiénes somos para
percatarnos de nuestra esencia y actuar de acuerdo a ella. Para ello,
requerimos hacer el esfuerzo de desembarazarnos de las emociones que nos
anclan, como el temor. Por lo tanto, nos confrontan con él en la cotidianidad,
no haciendo caso a las amenazas, coerciones, castigos que les tratamos de
imponer fruto de la necesidad de control, producto de la misma emoción.
La impotencia que sienten es por encontrar
aun muchos topes que limar en el medio ambiente, muchas condiciones impuestas
en los hogares y colegios, que lo pretenden atar a exigencias que para ellos ya
son obsoletas, absurdas, como tener que aprender de memoria las lecciones,
perder tiempo en la repetición de detalles cuando su visión es más del todo, holística. Su sentido de urgencia alimenta su impotencia.
Por ello, observo con frecuencia que en su vocabulario la palabra injusticia es
recurrente. La expresión del “no es justo” se cuela en sus pensamientos pues
choca con su profunda necesidad de ser respetado desde pequeño, de vivir un
sistema horizontal no vertical, de participación no de autoridad y de llevar a
cabo el cambio que ya está presente en él.
¿Cómo ayudarles?
Cuando validamos estas necesidades observamos
que los niños fluyen más en función de su misión de vida, hay menos
confrontaciones con los adultos pues los sienten sus aliados, asistentes, para
llevar a cabo su propósito de vida. Por ello, es recomendable que el adulto
articule la presencia de la emoción de la rabia en ellos, por ejemplo, “parece
que estás muy bravo”, en vez de coartar la emoción y reprimirla como “¿cómo se
te ocurre ponerte bravo?”. Luego, permitirle al niño descargar la tensión del
músculo, corriendo, saltando cuerda, jugando pelota, de forma que el músculo
libere la tensión a través del movimiento y pueda relajarse.
Sin embargo, cuando hacemos caso omiso de
estas condiciones vamos cerrando su conexión con su inteligencia espiritual
debido a nuestra repetición, a la imposición de nuestros criterios, y al
hacerlo los densificamos, los contaminamos y observamos, entonces,
inteligencias puestas al servicio de la incoherencia, niños rabiosos,
frustrados, que se tornan violentos. Hay que recordar que nuestra misión como
padres y docentes de estos niños es servir de puente entre esa particular sensibilidad
e inteligencia para ayudarlos a canalizarla y ser útiles a la humanidad y
reconocer que en su experiencia dentro de la tridimensionalidad
absorben los modismos que nosotros hemos modulado, aunque su intención sea más
sutil. Asistiéndolos, nos ayudamos a nosotros.