Breve resumen de “El Decadron”, los 10 Principios Espirituales
intraterrenos.
La
existencia de Shambhala, ciudad matriz del reino subterráneo de Agartha, está más
cerca de la ficción que de la realidad para el hombre común. Como en su momento
se juzgó a Troya, o la existencia de tierras más allá de los mares en tiempos
de Colón. Sin embargo, la existencia de esos túneles, e incluso de verdaderas
ciudades intraterrenas abandonadas —como la misteriosa Cueva de los Tayos, en
el Ecuador— ha venido reuniendo el interés de connotados científicos e
investigadores. Son lugares que han podido ser visitados, fotografiados y
estudiados. La leyenda es real.
Lo inquietante, no obstante, no es la propia existencia material
de estas galerías artificiales, construidas por una civilización desconocida
hace miles de años. El verdadero misterio se encuentra en los habitantes de
aquellos laberintos del “mundo de abajo”: ¿Quiénes son? ¿Por qué no se muestran
abiertamente? ¿Cuál es su relación con la humanidad? Desde los Nagas de los
Himalayas, a la creencia del “Uku Pacha” o mundo subterráneo en el antiguo
Perú, las referencias a aquellos esquivos maestros de largas túnicas blancas es
abundante. En la actualidad, los acercamientos con ellos se han seguido
produciendo, pero en un marco de discreción y silencio. Y hay más de una razón
para explicarlo.
La leyenda cuenta que en tiempos muy antiguos
existieron importantes civilizaciones, muy anteriores a Sumeria, Egipto o la
cultura Maya. Me refiero a una verdadera humanidad perdida que se remonta a la
época del llamado “diluvio universal”, un evento catastrófico que más de un
mito menciona sin importar en que parte del mundo lo escuchemos. Lemuria,
Hiperbórea o Atlántida, son algunos de los nombres que señalan aquellos tiempos
“pre diluvianos”, en extremo desconocidos por el hombre. Esas civilizaciones
prehistóricas habrían existido. Y al conocer su destrucción —reza la leyenda—
un grupo de sabios maestros se establecieron en refugios previamente
construidos bajo la superficie del planeta, en zonas de difícil acceso, como
gigantescos desiertos, altas cadenas montañosas o selvas impenetrables. La
leyenda sostiene, además, que en su nueva morada subterránea depositaron los
anales de su cultura, un archivo inimaginable de conocimiento, y que sería
puesto a disposición de la humanidad de superficie cuando ésta demuestre que se
encuentra preparada para conocer su verdadero origen, destino y misión. Así,
sus moradas subterráneas se transformaron en templos, y desde aquel entonces se
les llamó Retiros Interiores.
El Decadron sintetiza
parte de esa sabiduría espiritual que protegen y que recuerda la esencia de las
más importantes enseñanzas filosóficas de todo el mundo antiguo.
Primera Ley
: “El verdadero estudiante de la vida empieza estudiándose a sí
mismo”.
Este
principio, el más importante de todos, afirma que el verdadero estudiante de la
vida, de
Las formas no son lo importante, sino la intención de aquel que
busca. El silencio y la meditación son buenas consejeras para adquirir
momentos de paz y claridad, instantes en donde nuestra mente “verá” claro y
podrá evaluar, sentir e interpretar nuestro camino. Los Maestros dicen que la
mente debe observar sin juzgar lo que ve. Entonces automáticamente nuestro
sexto sentido —o intuición, si preferimos llamarla así— nos advertirá los pasos
correctos para nuestra evolución y aprendizaje, y las circunstancias y acciones
que en una próxima ocasión deberíamos evitar. Pero la atenta observación de uno
mismo no sólo involucra la meditación en sí misma, sino un estado de conciencia
de todo cuanto hacemos en nuestro desenvolver cotidiano. Hay cosas que
pueden —y deben— modificarse. Y otras que son inherentes a nuestro aprendizaje.
Ver nuestra vida desde afuera, como si fuésemos científicos que están
pendientes de cada detalle, de cada paso de aquel ser humano que somos
nosotros, es un buen ejercicio para comprender desde otra perspectiva el
milagro maravilloso que es nuestra existencia, y desde la cual podemos ver el
Universo entero.
Segunda Ley:
“La luz verdadera alumbra o ciega según la actitud del estudiante”.
La
definición más aceptada de la luz sostiene que es una onda electromagnética
capaz de ser percibida por el ojo humano. Su frecuencia determina su color. Si
le pedimos a alguien que visualice un haz de luz, o una radiación lumínica, lo
más frecuente es que imagine un resplandor blanco, brillante y muy claro. Es
como si el color blanco reuniera o sintetizara los diferentes matices de la
luz. La luz —sostiene la creencia Hindú— fue parte de la creación del Universo
a través de la exhalación de Brahma o el “Big Bang” que sugieren nuestros
actuales científicos.
1. Que el conocimiento
verdadero es por naturaleza inocuo. No va a izquierda o derecha, no pierde su
balance. Sencillamente, “Es”.
2. Es de responsabilidad del
estudiante hacer buen uso del conocimiento. Este puede “iluminar” —conciencia,
crecimiento—, o “cegar” —confundir, desorientar— si se lleva a cabo un empleo
indebido de lo recibido.
Por ello El Decadron afirma que la luz verdadera alumbra o ciega
según la actitud del estudiante. Es interesante constatar que el comportamiento
de la luz que estudian los científicos no escapa a la enseñanza de este
principio. Veamos un ejemplo sencillo: Todos sabemos que es peligroso mirar
directamente al Sol, pues su radiación podría lesionar nuestros ojos. Ello no
quiere decir que nuestra estrella —una enana amarilla— sea “negativa”, pues nos
da calor, abrigo, y permite que la vida sea posible en el planeta. Sin embargo,
en ciertos momentos sí se puede ver la figura solar, como en el amanecer. En
otras circunstancias —como cuando el Sol se encuentra en el cenit— sería más
que imprudente. Algo similar ocurre con el conocimiento.
El
mal uso del conocimiento se ha registrado desde épocas muy antiguas. Grandes
civilizaciones precipitaron su desaparición
al perder la línea original de las enseñanzas recibidas. Por ello la “luz”
alumbra o ciega de acuerdo a nuestra actitud.
Tercera
Ley
: “El verdadero soldado de la
luz batalla amando a su enemigo”.
Este
principio sostiene que cada acción posee una energía. Desde el acto de la guerra
a las más sublimes manifestaciones de amor. Por ejemplo, en experimentos
científicos se ha demostrado que un pensamiento positivo tiene mayor energía
que un conjunto de pensamientos negativos. Es decir, combatir el fuego con
fuego, no es la mejor formula, y más aún cuando los principios universales
—como el de causa y efecto— están operando constantemente. El Decadron afirma
que el verdadero “soldado de la luz” enfrenta las cosas con amor. Y se refiere
al estudiante como “soldado” por cuanto el caminar humano se encuentra en el
medio de una intensa pugna de fuerzas e influencias.
El
sabio chino Lao Tse impartía una forma adecuada para hacer frente a ese
conflicto: la quietud. El árbol manso y moldeable, era más resistente a las
embestidas del viento, frente a un árbol duro y rígido, que corría el riesgo de
romperse. Y es que, erróneamente, se ha pensado que una actitud calmada y
pacífica es sinónimo de debilidad. Al contrario, es una muestra de poder y
control interno. En un mundo donde es evidente la pugna de fuerzas, la paz
interior es la espada que protege al guerrero de la luz. Un guerrero que
comprende la naturaleza de su adversario. Por ello lo ama, no lo odia. Y he
allí el secreto del tercer enunciado de El Decadron.
El
verdadero soldado de la luz batalla amando al enemigo porque su lucha no es un
acto de resistencia, sino de no-resistencia, una actitud llena de paz, de
quietud, de comprensión, de perdón y, por consecuencia, de control de la
situación.
Cuarta
Ley
: “La verdadera protección radica
en el control del miedo interior”.
Los
Maestros de
Quinta
Ley:
“El verdadero maestro enseña
con el ejemplo”.
La sencillez y contundencia de este principio fundamental, no
requiere mayor explicación. Es un consejo antiguo, lleno de sabiduría, y que ha
pervivido a través de las edades de la historia. Hoy en día, se ha convertido
prácticamente en un adagio popular: “La acción determina cómo pensamos”. El
Decadron afirma —sumándose a otras tantas filosofías de antiguo— que el
verdadero Maestro enseña con el ejemplo; es decir, que el poder de su sabiduría
se encuentra en la acción, en la obra, como reflejo de sus pensamientos. Un
Maestro es vehículo de conocimiento. Y lo debe inspirar primordialmente con su
propia vida.
En
estos años, aprendí de
1. Un verdadero Maestro no procura generar dependencias. Procura formar nuevos maestros y no más discípulos permanentes.
Su misión no está en formar seguidores, sino conciencias libres.
2. Un verdadero Maestro es humilde por naturaleza. No es perfecto, a pesar de su conocimiento. Puede equivocarse en
su sana intención, pero también reconoce el error y lo enmienda con amor y
tranquilidad.
3. Un verdadero Maestro no obliga a aceptar sus enseñanzas. Ni impone su punto de vista. Sólo lo expone con amor y
sabiduría. Otorga sin juicio alguno el conocimiento y deja que los oídos que
están listos para escuchar, escuchen.
4. Un verdadero Maestro es coherente en sus actos con lo que dice y
enseña. Si no es así, algo no está marchando bien.
Básicamente, estas cuatro verdades que aprendí
armonizan perfectamente en el conocimiento que encierra El Decadron: El
verdadero Maestro enseña con el ejemplo.
Sexta
Ley
: “El verdadero mensajero es
aquel que solo transmite el mensaje”.
Un
mensajero es puente de una información. Un instrumento del Universo para hacer
llegar determinado conocimiento o enseñanza. Por ello el Decadron sugiere que
su participación en esa importante tarea no altere la real naturaleza del
mensaje que se debe entregar. De lo contrario, podría afectar la esencia de lo
recibido. En otras palabras, un mensajero debe evitar cualquier tipo de
contaminación del mensaje que debe compartir.
En
los grupos de contacto muchas veces los mensajes recibidos son alterados inconscientemente
por nuestra particular forma de entenderlos y procesarlos, por nuestro carácter
y opinión previa sobre ciertos asuntos, e inclusive bajo la influencia de
intereses personales. La enseñanza de los Maestros hace hincapié en que todo
aquello que vivamos en el contacto, debe ser transmitido tal y cual ocurrió,
sin juzgarlo, sin resistencia, sin intentar interpretar la real esencia de las
cosas que se nos dieron. Un verdadero mensajero transmite sólo el mensaje, sin
alterarlo bajo ninguna circunstancia. Y comprendiendo, desde luego, que el
mensaje es más importante que el mensajero.
Séptima Ley
: “La fe verdadera se sustenta en el conocimiento”.
Nos encontramos ante una de las fuerzas más poderosas del Universo.
Una fuerza que puede ser empleada por el ser humano para cambiar el rumbo de
los acontecimientos, modificar su vida, entorno, o al propio planeta. Podría
decirse que es una energía, capaz de hacer cualquier cosa. Pero nadie sabe
exactamente qué es la fe. Habitualmente se la define como “la convicción de lo
que uno no puede ver”. También podría traducirse como creer. Y aquí
empiezan a accionar los principios universales, el “secreto” que yace detrás de
la fe.
¿Qué
quiso decir Jesús al afirmar que si tuviéramos fe del tamaño de un “grano de mostaza”,
podríamos desplazar montañas? ¿Fue sólo un símbolo aquel ejemplo? ¿O encierra
una verdad antigua?
La
fe, en realidad, no es un acto ciego o irracional. La razón de ser de la fe
puede hallarse en un conocimiento que la sustente, que expliqué por qué
y cómo actúa. ¿Esto quiere decir que podríamos mover físicamente las montañas,
tal como señalaba Jesús? Sin duda. Se puede. Pero para lograr aquellas cosas
“increíbles” debemos generar una cantidad importante de energía. Por lo menos,
del volumen de un grano de mostaza. Este principio enseña que la fe no mueve
montañas sólo por los sentimientos o anhelos humanos, por más poderosos que
sean. Habla de leyes espirituales poderosas que podrían explicar cómo opera lo
que llamamos fe. Si sumamos ese conocimiento a nuestra poderosa capacidad de
crear lo que creemos, habremos cruzado la línea que separa el discipulado de la
maestría. He allí el secreto y sabiduría de esta ley.
Hasta aquí, hemos analizado el mensaje de los primeros siete
principios de el Decadron. De acuerdo a los Maestros, los siete enunciados
iniciales se concentran de manera especial en el caminante. En la persona o ser
que siente vivir y realizar la luz. En los siguientes tres principios —que empezamos
a tratar desde este momento— hallaremos un conocimiento orientado
principalmente a la mística de grupo.
Para
explicarlo de otra forma, el discipulado para convertirse en parte consciente
de
1. Conocerse a uno mismo para conocer al Universo.
2.
Comprender la naturaleza de la luz y el conocimiento verdaderos.
3. Saber
enfrentar las adversidades a través del amor y la no resistencia.
4. Controlar
nuestras emociones para hacer efectiva nuestra propia protección.
5. Ser
ejemplo de lo que hemos aprendido.
6.
Comprender que el mensaje es más importante que el mensajero.
7.
Fortalecer nuestra fe en el conocimiento.
Una vez que cruzamos estas siete “puertas”, nos hallamos ante la
octava ley. Un enunciado que vibra más en la labor de grupo o hermandad.
Octava
Ley
: “La sagrada doctrina se torna
aun más sagrada si se es consecuente con ella”.
¿Qué significa este nuevo principio? Habla de la “doctrina”.
Pero no en la acepción que muchas veces se relaciona a las religiones
organizadas, sino como un conjunto de enseñanzas o principios. Ser consecuente
con las enseñanzas espirituales significa no traicionar nuestro compromiso con
nosotros mismos y con
Por ello El Decadron afirma
que la doctrina “se torna aún más sagrada”, pues es nutrida de la energía de
quienes vibran en ella y la realizan. No es sólo un símbolo. Hay allí un
poderoso fluir de fuerzas. Este es un secreto que ha sido practicado desde
épocas muy antiguas: Cuando un grupo de personas se une bajo el amparo de un
principio en el cual vibran y creen, dan forma a un elemento, denominado por
los Maestros “
Novena Ley
: “El verdadero templo es aquel que se construye sobre la base de
sentimientos, pensamientos y actitudes”.
Habitualmente
definimos a un templo como un lugar para oración. El término proviene del latín
templum, que designa un edificio sagrado. En
la antigüedad, se le asociaba al cosmos —como si el cielo tuviese su reflejo en
Décima Ley
: “El verdadero místico es aquel que pone en práctica
los principios del Cielo y que muere constantemente por amor al prójimo”.
Es difícil describir la belleza y verdad que encierra este principio.
Sintetiza el espíritu de todo verdadero caminante de la luz. Es, sencillamente,
la consigna y misión de
Es una alegoría que señala el sacrificio por amor a los
demás. El “sacro-oficio” o nuestro trabajo santo por el próximo, al que
tenemos más cerca. Esto quiere decir que nuestra vida debe ser una labor de
servicio sin esperar nada a cambio. Una tarea que puede requerir en ciertas
circunstancias de grandes pruebas y esfuerzos para purificar nuestras
intenciones y el alcance de la obra. “Morir constantemente” expresa constancia
en esa misión.
El servicio es el mensaje de
NOTA: Este artículo es una
adaptación del libro “Los 10 Principios Espirituales
de
FUENTE: www.legadocosmico.com