LOS PROBLEMAS DE LOS OTROS SON DE LOS
OTROS
En mi opinión, hay muchas cosas nos
empujan a querer resolver los problemas de los otros: algo que creemos que es
nuestra bondad infinita, la caridad cristiana, nuestro ego salvador, lo
que parece ser la conciencia, la creencia en que estamos capacitados para
hacerlo, etc.
Sufrimos con ellos, ocupan
nuestro tiempo, afectan a nuestro equilibrio, nos descentran de nuestro camino,
nos hacen sentirnos útiles, necesarios, o sabios…
De pronto, nos
creemos en posesión de las verdades y las soluciones, y nos convertimos en
caballeros cruzados destinados en la misión de proteger a los otros.
Pero hay que tener
mucho cuidado con esa forma de comportarse.
En muchas ocasiones
podemos perjudicar más que ayudar si tratamos de imponer nuestras ideas o
soluciones como las más idóneas, porque, generalmente, cuando damos una opinión
o emitimos un juicio, no tenemos conocimiento de todas las circunstancias, no
estamos en la situación del otro, y no somos el otro. Porque si fuéramos el
otro, haríamos exactamente lo mismo que él.
ES RECOMENDABLE no meterse a
resolver los problemas de los otros, porque son de los otros y no nuestros,
pero si nos piden ayuda, es conveniente respetar estas sugerencias:
ES BUENO aclarar que el otro está
pidiendo ayuda, y no presuponer que la está pidiendo porque la está
necesitando. Esto puede ser sólo una opinión personal nuestra, y puede que el
otro, antes o después, acabe echándonos en cara –sobre todo si el resultado no
acaba siendo el que esperaba- que nos metimos en su
vida, y que nunca solicitó nuestra ayuda. Así que es fácil: “¿Deseas que, en la
medida que me sea posible, te ayude?”. Esto no es imprescindible, pero sí muy
recomendable.
JAMÁS IMPONER ni dar una solución
como definitiva, sino sugerir, opinar, proponer… (“yo creo…”, “a mí me parece…”)
La responsabilidad final ha de ser del otro. Es mejor no dar los peces, sino
enseñar a pescar. Antes que dictaminar, es mejor: “¿No crees tú que estaría
bien…?”, “¿Y qué te parece si…?”, “¿Has pensado que tal vez…?”
NO IMPLICARSE. Si uno se pone en
el lugar del otro, no verá una solución ecuánime, sino que se sentirá tan
perdido o agobiado como el otro. Cuando uno se está ahogando en el mar, lo que
no necesita es alguien que se tire al agua para ayudarle a gritar más, sino
alguien que se quede fuera, sereno, para ayudarle a salir.
MEJOR ESTAR FUERA, sereno,
imparcial, sin dejarse afectar, para que la sensatez y la lógica imperen por
encima de la obnubilación y la tensión que altera el pensamiento y el
raciocinio.
SON SUS PROBLEMAS, son sus aprendizajes;
cada uno ha de vivir sus experiencias, así que no siempre es bueno evitárselas.
Salvo caso de gravedad extrema, mejor hacerle ver la posibilidad de las
consecuencias, pero dejar que decida por su cuenta.
HAY QUE APRENDER A NO SUFRIR
PONIÉNDOSE EN EL LUGAR DEL OTRO, y comprender que son sus decisiones y que su
vida es de su responsabilidad, y no nuestra. Estar atentos, sí. Entrometerse,
no. Amarles, sí. Decidir por ellos, no.
NO CONFUNDIR EMPATÍA CON
SOBREPROTECCIÓN. Amar, sí. Desear lo mejor y lo menos malo, sí. Hacerse cargo
de su vida y de sus responsabilidades, sólo en casos extremos realmente graves.
A los bebés les dejamos que empiecen a andar, aun sabiendo que se van a caer
muchas veces –nunca al lado de un barranco, claro…- y no les dejamos pegados al
suelo impidiendo que se levanten, para evitar que se puedan caer.
LA COMPASIÓN ES
BUENA, pero puede ejercer una mala influencia. Estos casos son una excelente
prueba para nuestro ego, que puede meterse donde no le llaman para aprovechar
ese momento y tratar de mostrar su “brillantez”.
NUESTRA SENSATEZ, si
la escuchamos con atención, nos indicará el modo de actuar en cada caso.
Escuchémosla a ella, y no al ego, cuando se presente la ocasión y nos dirá cómo
tenemos que comportarnos.
Y LOS MÁS RELIGIOSOS, que se
ofrezcan a Dios en esos casos, pidiéndole ser sus instrumentos, sus manos o su
voz, pidiéndole ser simplemente canales, y recordando aquella frase: “Hágase tu
voluntad y no la mía.”
Los problemas de los demás son
una buena ocasión de mostrar nuestra capacidad de amar. Pero, en muchas
ocasiones, ante un problema, los demás sólo desean o necesitan nuestro
silencio, ánimo, apoyo, acogimiento o comprensión. No soluciones. No que nos
hagamos cargo de su vida.
Saber qué hacer, y cómo actuar bien,
es un momento adecuado para contactar con nuestro Maestro Interior.
Francisco
de Sales