NOTICIAS DE LA ASCENSIÓN, por Hortensia Galvis




LA RELACIÓN CON DIOS

 

Durante este tiempo de transición hemos sido inundados con un flujo incontenible de información canalizada, que nos ha permitido la comprensión de muchos aspectos espirituales, desde la visión de un panorama más amplio. Sobre la relación con Dios, por ejemplo, yo aprendí que no es algo estático, sino que evoluciona por etapas, en la medida en que el hombre va expandiendo su conciencia y adquiriendo madurez. La conexión con la Divinidad es un logro progresivo que se desarrolla a lo largo de muchas vidas, que se compactan en un solo un racimo de experiencias llamado “Gran Ciclo Evolutivo”.

Al comienzo, un espíritu recién encarnado toma la forma de un hombre primitivo. En este estado inicial usa la mente en forma concreta, y vive en el presente solo en función de su supervivencia. No tiene conciencia individual de sí mismo, ni cuestionamientos más allá de sus intereses cotidianos.

A lo largo de varias encarnaciones, el individuo va adquiriendo la capacidad del pensamiento abstracto, y es entonces cuando comienza a hacerse las grandes preguntas: ¿De donde vengo? ¿Hacia donde voy? ¿Cuál es el significado de la vida? Ese hombre observa la naturaleza y las leyes que la gobiernan, y de allí surge su interés por descubrir al Creador. Ese es el primer paso conciente, para dar inicio a una relación con Dios.

Sin embargo, en esta temprana etapa evolutiva, el ser humano todavía es inmaduro, tanto emocional, como espiritualmente. Como no consigue separar el poder de la crueldad, construye la figura de Dios como juez despiadado, haciendo, de la imagen del Todopoderoso, una proyección de sí mismo y de sus miedos. Por ello su relación con el Creador, basada en el temor, necesitará de sacrificios para aplacar su ira, y de rituales para halagarlo y pedirle perdón. Todavía el desarrollo del hombre está en su infancia, así que en esta etapa ningún ser humano está listo para asumir responsabilidades. Debido a ello ve en Dios a una autoridad que piensa por él, decide por él, y con su poder le alivia de sus cargas humanas.

Durante varias encarnaciones los conflictos no resueltos crecen, y van plagando el inconsciente del hombre. La relación con Dios se hace cada vez más falsa, porque parte del miedo, las necesidades personales, y los deseos insatisfechos. Mientras esta distorsión continúe, cada vez habrá menos de verdad y más de superstición en las creencias, y el concepto de Dios se guardará cristalizado en forma de dogmas.

En algún punto de la evolución ocurre una reacción negativa a la vivencia anterior. Entonces el ser humano se dirige hacia el otro extremo y se convierte en “ateo”. Sorprendentemente el ateísmo constituye un avance espiritual, porque significa un punto de transición, que es muy necesario para el desarrollo de una auténtica relación con Dios. Durante esta etapa se cultivan algunas facultades que son de importancia primordial: ocurre la liberación de toda expectativa de absolución, premio, o castigo y el individuo comienza a asumir la responsabilidad de su propia vida. También se supera el esquema anterior, dominado por los dogmas y el miedo.

Pero no es posible mantenerse siendo ateo por mucho tiempo. Tarde o temprano se llega a un punto en el que la mente comienza a cuestionar la propia motivación, y el individuo dirige su atención hacia el interior de sí mismo. Si prosigue por este camino, liberará niveles cada vez más profundos de su psique. Observará sus propias imperfecciones, lo que le conduce a superarlas y a comprender por qué existen. Así descubre la correcta actitud hacia sí mismo.

Cuando se forma el hábito de observar los propios pensamientos, sentimientos, palabras y emociones se llega al desarrollo de la “conciencia de ser”, que es la actitud apropiada para sentir a Dios dentro de si, porque Dios simplemente “Es”. Al comienzo la experiencia mística se da ocasionalmente y en forma fugaz, pero poco a poco la Magna Presencia se hace permanente, dentro de ese estado meditativo conciente. La experiencia de plenitud, que se genera en este encuentro, derrumbará cualquier teoría mental o negación de la existencia de Dios. Además, trae consigo el regalo de la comprensión de quienes realmente somos, y de cuál es el propósito de nuestra vida.



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