Ramtha, El libro blanco
Título original: RAMTHA, The White Book.
1999, 2001
Digitalizador: @ Nascav (España)
L-11 – 31/12/03
El contenido de este libro es la traducción al español de la
edición revisada del título en inglés, el cual recoge la enseñanza de Ramtha en
su forma original; inevitablemente, parte del mensaje puede perderse en la
traducción.
CONTRAPORTADA
El Libro Blanco
Cuando amas lo que eres, no hay cosa inconquistable ni
inalcanzable. Cuando realmente te amas a ti mismo, vives solamente en la luz de
tu propia risa y viajas solamente por el camino de la alegría. Cuando estás
enamorado de ti mismo, entonces, esa luz, esa fuerza unificada, esa felicidad,
esa alegría, ese jubiloso estado de ser, se extiende a toda la humanidad.
Cuando el amor abunda dentro de tu maravilloso ser, el mundo, con todos sus
desagrados, se convierte en algo hermoso, y la vida se llena de sentido y de
alegría.
No hay amor más sublime en la vida que el amor del Yo. No
existe amor más grande, pues a partir del abrazo del Yo existe la libertad. Y
es en esa libertad donde nace la alegría. Y gracias a ese nacimiento, Dios es
visto, conocido y abrazado. El amor más profundo, más grande y más significativo
es el amor del Yo puro e inocente, la magnífica criatura que se sienta entre
las paredes de la carne y que se mueve y contempla, crea, permite y es. Y
cuando tú ames lo que eres, sin importar cómo seas, entonces conocerás esta
magnífica esencia que yo amo, que se halla detrás de todos los rostros y dentro
de todas las cosas. Entonces amarás como Dios ama. Así es fácil amar y
perdonar. Así es fácil ver a Dios en toda la vida.
El libro Blanco, de Ramtha, publicado por primera vez en
Estados Unidos a mediados de los ochenta, revolucionó los círculos de una
incipiente nueva era al ser el primer libro de material canalizado que estuvo a
la cabeza de las listas de best sellers durante todo un año.
Este volumen, con gran contenido informativo, orden y
simplicidad, nos presenta las bases y enseñanzas más importantes de esta
entidad extraordinaria.
Las enseñanzas de Ramtha son un sistema metafísico de
pensamiento único en su género. A través de ellas nos acerca a una mayor
comprensión del Dios interior o el Dios identifícable, y nos ofrece respuestas
a temas tan enigmáticos como los orígenes de la creación, la evolución del
hombre, la muerte, la reencarnación y la ciencia del conocimiento.
«Esta enseñanza no es un precepto religioso; es simplemente
conocimiento. Es amor. Yo os amaré hasta que conozcáis a Dios y os convirtáis
en el amor y el gozo del Dios que vive dentro de vosotros.»
Ramtha es una inteligencia extraordinaria de profunda
sabiduría y amor. Es canalizado a través de una mujer llamada JZ Knight, que le
permite usar su cuerpo para transmitir su mensaje a la humanidad. A través del
cuerpo de JZ Knight, Ramtha ha dado cientos de audiencias por todo el mundo
desde 1978. RAMTHA es una colección de transcripciones extraídas de las
grabaciones de estas audiencias.
Yo soy Ramtha, una entidad soberana que vivió hace mucho
tiempo en este plano, llamado Tierra o Terra. En aquella vida yo no morí, sino
que ascendí, porque aprendí a controlar el poder de mi mente y a llevarme mi
cuerpo a una dimensión invisible de vida. Al hacer esto, me di cuenta de la
existencia de una libertad, una felicidad y una vida ilimitadas.
Ahora soy parte de una hermandad invisible que ama
grandemente a
Estoy aquí para recordaros una herencia que la mayoría de
vosotros olvidó hace mucho, mucho tiempo.
Yo traigo a vuestro plano los vientos del cambio. Yo, y aquellos
que me acompañan, estamos preparando a
Vamos a unir a todas las gentes de este plano, permitiendo
al hombre ser testigo de algo magnífico y brillante, algo que le hará abrirse y
permitir que el conocimiento y el amor fluyan a través de él.
No hay otra redención para
ÍNDICE
Prólogo del traductor
1 Introducción
2 Yo soy Ramtha
3 Cuando vosotros erais mi
gente
4 Dios Es
5 He aquí a Dios
6 Vida después de la vida
7 Muerte o ascensión
8 Creación y evolución
9 Por encima de los ángeles
10 El Dios identificarle
11 El regalo del amor
12 Nada más que la verdad
13 Ama y haz lo que quieras
14 La alegría: el estado de ser más
sublime
15 Divinidad olvidada
16 Reencarnación
17 La ciencia del conocimiento
18 La mente cerrada
19 Apertura de la mente
20 La virtud de la experiencia
21 Una espléndida mañana
Consideraciones sobre las enseñanzas de Ramtha
Glosario de Ramtha
Índice Conceptual
EL LIBRO BLANCO
DE RAMTHA.
Traducido por: Antonio Campesino
Mensaje importante sobre la traducción
Este libro está basado en Ramtha Dialogs® una serie de
grabaciones magnetofónicas de discursos y enseñanzas dados por Ramtha. Ramtha
ha elegido una mujer americana, JZ Knight como su único canal para repartir su
mensaje. El único idioma que usa para comunicar su mensaje es el inglés. Su
estilo de oratoria es único y nada común, por lo que a veces se puede
malinterpretar como un lenguaje arcaico o extraño. Él ha explicado que su
elección de las palabras, su alteración de las palabras, su construcción de
frases y orden de los verbos y los nombres, sus descansos y pausas en medio de
las frases son todos intencionales, para alcanzar múltiples capas de aceptación
e interpretación presentes en una audiencia compuesta por gente de gran
diversidad de herencia cultural o clase social.
Para conservar la autenticidad del mensaje dado por Ramtha,
hemos traducido este libro lo más cercanamente posible a las palabras
originales y así permitir al lector que experimente las enseñanzas como si
estuviera presente. Si usted encuentra algunas frases que parecen incorrectas o
extrañas de acuerdo a las formas lingüísticas de su idioma, le aconsejamos que
lea esa parte de nuevo tratando de captar el significado que hay detrás de las
palabras, en lugar de simplemente criticar la construcción literaria. También
le aconsejamos comparar y usar como referencia la obra original en inglés
publicada por JZK Publishing, una división de JZK Inc. para mas claridad.
Nuestros mejores deseos. Disfrute su lectura.
AL DIOS QUE VIVE DENTRO DE TI.
PRÓLOGO DEL TRADUCTOR
La primera edición de RAMTHA apareció en Estados Unidos en
1986. El libro llegó a mis manos de la manera más mágica e insospechada, y su
lectura produjo un cambio dramático en mi vida. En 1989 tuve la suerte de
asistir a una audiencia con Ramtha. Escuchar su mensaje y sentir su presencia
causó una impresión aún más profunda en mi ser. Descubrí que el libro ya había
sido traducido al francés y al alemán, y todo ello me movió definitivamente a
empezar la traducción española.
Al principio me pareció una locura que alguien como yo
intentara traducir un libro como éste. Pero mi deseo de compartir las
enseñanzas de este Maestro tan increíble con mis hermanos de habla hispana,
venció todas las dificultades.
El lenguaje de Ramtha es muy especial, utiliza palabras que
no se oyen todos los días, incluso algunas de ellas son totalmente originales.
Y aunque ello dé a la lectura un carácter tosco en algunas ocasiones, todo ello
forma parte del mensaje que nos está trasmitiendo.
Sé que muchos de vosotros habéis estado esperando este libro
durante mucho tiempo. Y, aunque para otros esto no sea lo que están buscando,
estoy seguro de que las palabras de sabiduría y de amor de Ramtha van a dejar
una huella imborrable.
Finalmente, me gustaría agradecer a todas las personas que
han contribuido a que este sueño se hiciera realidad, su inestimable ayuda y
apoyo. Gracias Roberta, Nancy, Gerardo, Andrés, Michelle, María, Pavel, Miguel,
Xirau y Juan. Gracias a mis padres, Miguel y María del Carmen, por haberme dado
la vida. Y especialmente a JZ Knight, por su entrega y dedicación a la escuela.
Gracias desde lo más profundo de mi corazón.
—
Antonio Campesino
Capítulo 1
INTRODUCCIÓN
«No hay otra redención para la humanidad que el reconocimiento
de su divinidad. Vosotros sois las semillas de ese entendimiento. Todo lo que
penséis, todo lo que entendáis, eleva y expande la conciencia en todas partes.
Y cuando vivís lo que habéis comprendido, enteramente por el bien de vuestra
propia vida, permitís que otros vean en vosotros un proceso de pensamiento más
sublime, una comprensión mayor, y una existencia con más sentido que la que
ellos ven a su alrededor.»
Ramtha
Yo soy Ramtha, una entidad soberana que vivió hace mucho
tiempo en este plano llamado Tierra o Terra. En aquella vida yo no morí, sino
que ascendí, porque aprendí a controlar el poder de mi mente y a llevarme mi
cuerpo a una dimensión invisible de vida. Al hacer esto, me di cuenta de la
existencia de una libertad, una felicidad y una vida ilimitadas. Otros que
vivieron aquí después de mí, también ascendieron.
Ahora soy parte de una hermandad invisible que ama
inmensamente a la humanidad. Nosotros somos vuestros hermanos que oímos
vuestras plegarias y vuestras meditaciones, y observamos el ir y venir de
vuestros movimientos. Somos aquellos que vivimos una vez aquí como hombres y
experimentamos desesperación, la tristeza y la alegría que todos vosotros
habéis conocido. Pero nosotros aprendimos a dominar y trascender las limitaciones
de la experiencia humana para llegar a un estado de ser más grande.
He venido a deciros que sois muy importantes y preciosos
para nosotros, porque la vida que fluye a través de vosotros y el pensamiento
que os llega a cada uno —como quiera que lo contempléis— es la inteligencia y
fuerza vital que llamáis Dios. Es esta esencia la que nos conecta a todos, no
sólo a los que habitan vuestro plano, sino también a aquellos en universos sin
nombre que aún no tenéis ojos para ver.
Estoy aquí para recordaros una herencia que la mayoría de
vosotros olvidó hace mucho, mucho tiempo. He venido a daros una perspectiva más
noble desde la cual podáis razonar y entender que vosotros sois, en verdad,
entidades divinas e inmortales que siempre han sido amadas y apoyadas por la
esencia llamada Dios. Estoy aquí para ayudaros a ver que sólo vosotros, con
vuestra sublime inteligencia, habéis creado cada realidad en vuestra vida, y
que con ese mismo poder tenéis la opción de crear y experimentar cualquier
realidad que deseéis.
Muchos otros vinieron a lo largo de vuestra historia e
intentaron, de muchas maneras, recordaros vuestra grandeza, vuestro poder, y la
eternidad de vuestras vidas. Nosotros fuimos reyes, conquistadores, esclavos,
héroes, Cristo crucificado, maestros, guías, filósofos... cualquier cosa que
permitiera la existencia del conocimiento. Y a veces hemos intervenido en
vuestros asuntos para evitar que os aniquilarais, para que la vida aquí
continuara proveyéndoos de un jardín de juegos para vuestras experiencias y
vuestra evolución hacia la felicidad. Pero, uno a uno, perseguisteis a aquellos
que intentaron ayudaros. Y si no los perseguisteis, les hicisteis estatuas y
tergiversasteis y pervertisteis sus palabras según vuestra propia conveniencia.
En vez de aplicar sus enseñanzas, la mayoría ha acabado adorando a los
maestros.
Para evitar que me adoréis, no he venido hasta vosotros en
mi propio cuerpo, sino que he elegido hablar a través de una entidad que fue mi
hija amada cuando viví sobre este plano. Mi hija, que generosamente me permite
usar su cuerpo, es lo que se llama un «canal puro» de la esencia que yo soy.
Cuando os hablo a vosotros, ella no está en su cuerpo; su alma y su espíritu lo
han abandonado completamente.
Yo traigo a vuestro planeta los vientos del cambio. Yo, y
aquellos que me acompañan, estamos preparando a la humanidad para un gran
evento que ya se ha puesto en marcha. Vamos a unir a todas las gentes de este
plano permitiendo al hombre ser testigo de algo magnífico y brillante, algo que
lo hará abrirse y permitir que el conocimiento y el amor fluyan a través de él.
¿Por qué está ocurriendo esto? Porque sois amados, más de lo
que nunca considerasteis se os pudiera amar. Y porque ya es hora de que el
hombre viva en un entendimiento mayor que el que lo ha hundido en épocas
oscuras, robando su libertad, dividiendo a las gentes, y que ha causado el odio
entre los amantes y la guerra entre las naciones. Ya es hora de que todo esto
termine. Es hora de que el hombre se dé cuenta de la divinidad e inmortalidad
de su ser, y deje de arrastrarse por la supervivencia sobre este plano.
Está muy cerca el día en el que un gran conocimiento llegará
a este plano traído por maravillosas entidades que son vuestros queridos
hermanos. En este tiempo, los conocimientos científicos florecerán como nunca
lo han hecho. Lo que está por llegar se llama
No hay otra redención para la humanidad que el
reconocimiento de su divinidad. Vosotros sois las semillas de este
entendimiento. Cuando cada uno de vosotros se dé cuenta de su valor y de la
eternidad de su vida, os integraréis uno por uno a la conciencia del
pensamiento ilimitado, la libertad ilimitada y el amor ilimitado. Todo lo que
penséis, todo lo que entendáis, eleva y expande la conciencia en todas partes.
Y cuando vivís lo que habéis comprendido, enteramente por el bien de vuestra
propia vida, permitís que otros vean en vosotros un proceso de pensamiento más
sublime, una comprensión mayor, y una existencia con más sentido que la que
ellos ven a su alrededor.
Estos son los tiempos más grandes en toda vuestra historia
escrita. Aunque son tiempos difíciles y desafiantes, vosotros elegisteis vivir
en esta época por la consumación que os traerá. A todos vosotros se os ha
prometido desde tiempos milenarios que veríais a Dios en vuestra vida. Sin
embargo, vida tras vida nunca os lo permitisteis. En esta vida, la mayoría de
vosotros ciertamente lo hará. Veréis emerger aquí un reino magnífico, y llegar
civilizaciones de cuya existencia no teníais ni la más remota idea. Soplará un
viento nuevo, y el amor, la paz y la alegría agraciarán este bendito lugar, la esmeralda
de vuestro universo y la morada de Dios.
Contemplad lo que os he dicho. Permitid que estas palabras
entren en vuestro ser. Cuando lo hagáis, con cada pensamiento, con cada
sentimiento y en cada momento, volveréis a la comprensión de vuestra grandeza,
de vuestro poder y de vuestra gloria.
Capítulo 2
YO SOY RAMTHA
«Yo soy Ram el Conquistador, ahora Ram el Dios. Yo ful un
bárbaro que se convirtió en Dios a través de las cosas más simples y sin
embargo las más profundas. Lo que te enseño es lo que yo aprendí.»
Ramtha
Yo SOY Ramtha, «El Ram». En el lenguaje antiguo de mis
tiempos significa «el Dios». Soy el Ram del pueblo hindú, puesto que fui el
primer hombre nacido del vientre de la mujer y de los genitales del hombre que
ascendió de este plano. Aprendí a ascender, no por las enseñanzas de ningún
hombre, sino a través de una comprensión innata del Dios que vive en todas las
cosas. Fui también un hombre que odió y despreció, que mató, conquistó y reinó,
hasta el momento de mi iluminación.
Fui el primer conquistador que conoció este plano. Comencé
una marcha que duró sesenta y tres años, y conquisté tres cuartas partes del
mundo conocido. Pero mi mayor conquista fue la de mí mismo, aceptar mi propia
existencia. Cuando aprendí a amarme y abrazar la totalidad de la vida, ascendí
con el viento a la eternidad.
Ascendí delante de mi gente en el noroeste del monte llamado
Indus. Mi gente, que eran más de dos millones, era una mezcla de lémures, los
pueblos de lonia —más tarde llamada Macedonia—, y las tribus que escaparon de
Atlantia, la tierra que tú llamas Atlántida. El linaje de mi gente forma hoy en
día la población de India, Tíbet, Nepal y el sur de Mongolia.
Solo viví una vez en este plano, hace treinta y cinco mil
años según tu cómputo del tiempo. Nací en la ignorancia y desesperación de un
pueblo desafortunado, peregrinos de la tierra llamada Lemuria que vivían en los
barrios bajos de Onai, la ciudad portuaria más grande de Atlantia en su
hemisferio sur. Llegué a Atlantia durante los llamados «últimos cien años»,
antes de que el continente se partiera y las grandes aguas cubrieran su tierra.
En aquel tiempo, Atlántida era una civilización de gentes
sumamente intelectuales, cuyas dotes para el conocimiento científico eran
soberbias. Su ciencia sobrepasaba incluso la que encuentras hoy en día en tu
comunidad científica, ya que los atlantes habían comenzado a entender y a
utilizar los principios de la luz. Sabían cómo transformar la luz en energía
pura mediante lo que tú llamas láser. Incluso tenían naves espaciales que
viajaban sobre la luz, una ciencia que obtuvieron gracias a la
intercomunicación con entidades de otros sistemas estelares. Aunque sus naves
eran muy primitivas, eran sin embargo móviles y aerotransportables. Por su gran
dedicación a la tecnología los atlantes adoraban el intelecto. Y así, la
ciencia intelectual se convirtió en su religión.
Los lémures eran bastante distintos. Su sistema social se
basaba en la comunicación a través del pensamiento. No conocían los avances de
la tecnología, pero poseían un gran entendimiento espiritual, pues mis
ancestros fueron grandes en su comprensión de los valores invisibles. Ellos
adoraban y veneraban aquello que está más allá de la luna y las estrellas.
Amaban una esencia que no podía ser identificada, un poder al que llamaban el
Dios Desconocido. Como los lémures adoraban sólo a este Dios, los atlantes los
despreciaban, ya que ellos despreciaban cualquier cosa que no fuera progresiva.
En los días del Ram, cuando yo era un niño, la vida era muy ardua e indigente.
En aquel tiempo, Atlantia ya había perdido su tecnología, ya que sus centros
científicos en el norte habían sido destruidos. En sus experimentos con los
viajes a través de la luz, los atlantes habían perforado la capa de nubes que
entonces rodeaba vuestro planeta, como la que hoy rodea a Venus. Al perforar la
estratosfera se produjeron grandes diluvios y luego un congelamiento que
sumergió la mayor parte de Lemuria y el norte de Atlantia bajo grandes océanos.
Por eso, las gentes de Lemuria y del norte de Atlantia emigraron a las regiones
del sur.
Una vez se perdió la tecnología del norte, la vida se volvió
gradualmente primitiva en el sur. Durante los cien años antes de que el
continente se hundiera, las regiones del sur fueron una Atlantia primitiva que
había degenerad bajo la opresión de tiranos, quienes la gobernaban no como una
república, sino con leyes inquebrantables. En este gobierno de leyes
inquebrantables los lémures eran considerados como el estiércol de la tierra,
menos que los perros de la calle.
Imagina cómo sería que te escupieran, que te orinaran
encima, y que sólo te permitieran lavarte con tus propias lágrimas. Imagina que
los perros callejeros tuvieran más alimento que tú, quien muriendo de hambre
buscas cualquier cosa para matar la agonía de tu estómago.
En las calles de Onai era habitual ver cómo abusaban de los
niños y cómo golpeaban y violaban a las mujeres. Era común ver atlantes pasar
por delante de un lémur muerto de hambre en el camino y taparse las narices con
pañuelos de lino perfumados con jazmín y agua de rosas, ya que se nos
consideraba criaturas maltrechas y malolientes. Éramos menos que nada, seres
sin alma, el desperdicio del intelecto, porque no poseíamos el entendimiento
científico de cosas tales como los gases o la luz. Como no teníamos una
inclinación intelectual, nos convirtieron en esclavos para trabajar los campos.
Fue en ese entonces cuando yo nací sobre este plano. Ese fue
mi tiempo. ¿En qué sueño estaba viviendo? En la caída del hombre en la
arrogancia y la estupidez del intelecto.
No culpé a mi madre por no saber yo quién fue mi padre. No
culpé a mi hermano de que nuestro padre no fuera el mismo. Ni siquiera culpé a
mi madre por nuestra absoluta pobreza. Cuando era niño vi cómo llevaban a mi
madre a las calles y le arrebataban su dulzura. Después de que se la llevaran,
vi a un niño crecer dentro de su vientre; y yo sabía de quién era. Y vi a mi
madre llorar porque, ¿iba a haber otro niño en las calles, sufriendo como
nosotros en esta «tierra prometida»?
Como mi madre estaba muy débil para parir a la criatura por
sí sola, yo la ayudé a dar a luz a mi pequeña hermana. Me arrastraba por las
calles buscando comida; mataba perros y gallinas y, al atardecer, robaba el
grano de los propietarios, pues era muy sigiloso. Así alimenté a mi madre,
quien, a su vez, amamantó a mi pequeña hermana.
Nunca culpé a mi pequeña hermana por la muerte de mi querida
madre, ya que la niña le robó toda su fuerza. Mi hermana se volvió diarreica, y
no podía retener lo que entraba en su cuerpo, y así ella también perdió la
vida.
Acosté a mi madre y a mi hermana juntas y fui a buscar leña.
Las cubrí con la leña y me escabullí en la noche en busca de fuego. Pronuncié
una plegaria para mi madre y mi hermana, a quienes tan profundamente amaba.
Entonces prendí la leña sigilosamente, para que el hedor de
sus cuerpos no llamara la atención de los atlantes, ya que de lo contrario,
arrojarían sus cuerpos al desierto, donde las hienas caerían sobre ellos y los
despedazarían.
Mientras veía a mi madre y a mi hermana consumirse en las
llamas, mi odio por los atlantes aumentaba dentro de mi ser hasta convertirse
en un veneno como el de una gran víbora. Y yo era sólo un niño.
Cuando el hedor y el humo de la hoguera se hubieron
esparcido por el valle, pensé en el Dios Desconocido de mi gente. No podía
entender la injusticia de este gran Dios, o por qué crearía a estos monstruos
que odiaban a mi pueblo de esa manera. ¿Qué habían hecho mi madre y mi hermana
para merecer la muerte miserable que
experimentaron?
No culpé al Dios Desconocido por su incapacidad de amarme.
No lo culpé por no amar a mi gente. No lo culpé por la muerte de mi madre y de
mi hermana. No lo culpaba. Lo odiaba.
No me quedaba nadie, ya que mi hermano fue secuestrado por
un sátrapa y llevado como esclavo a la tierra que más tarde se llamaría Persia.
Allí, este sátrapa abusó de él sexualmente para satisfacer sus deseos.
Yo era un muchacho de catorce años con apenas carne en mis
huesos y con una gran amargura dentro de mí. Entonces decidí batallar con el
Dios Desconocido de mis ancestros, lo único por lo cual sentía que valía la
pena morir. Me propuse morir, pero con honor; y sentía que morir a manos de un
hombre era una manera deshonrosa de perecer.
Vi una gran montaña, un lugar muy misterioso que se
vislumbraba en el lejano horizonte. Pensé que si había un Dios, viviría allí,
por encima de todos nosotros, así como los que gobernaban nuestra tierra vivían
por encima de nosotros. Si yo pudiera llegar hasta allí, pensé, me pondría en
contacto con el Dios Desconocido y proclamaría mi odio hacia él y su injusticia
con la humanidad.
Abandoné mi choza y caminé durante muchos días para alcanzar
esta gran montaña, devorando langostas, hormigas y raíces por el camino. Cuando
llegué a la montaña, trepé hasta las nubes que ahora cubrían su blanqueada cima
dispuesto a batallar con el Dios Desconocido. Lo llamé diciendo: «¡Soy un
hombre! ¿Por qué no tengo la dignidad uno?» Y le exigí que me mostrara su
rostro... pero él me ignoró.
Caí de rodillas y lloré con todo mi corazón hasta que la
blancura congelo mis lágrimas. Cuando alcé la vista, contemplé lo que parecía
ser una mujer maravillosa que sostenía una gran espada delante de mí. Ella me
habló, diciendo: «Oh Ram, Oh Ram, tú que estás destrozado en espíritu, tus
plegarias han sido escuchadas. Toma esta espada y conquístate a ti mismo». Y en
un abrir y cerrar de ojos, desapareció.
¿Conquistarme a mí mismo? Yo no podía volver hacia mí el
filo de la espada y cortar mi propia cabeza: mis manos apenas alcanzaban la
empuñadura. Sin embargo, hallé honor en esta gran espada. Dejé de tiritar en el
intenso frío, y sentí calor. Y cuando volví a mirar al lugar donde habían caído
mis lágrimas, allí había crecido una flor de color y aroma tan dulce, que supe
que era la flor de la esperanza.
Bajé de la montaña con la gran espada en la mano, en un día
que quedó grabado en la historia del pueblo hindú como el Terrible Día del Ram.
Un muchacho había ido a la montaña, pero el que regresaba era un hombre. Nunca
más fui frágil, ni fueron débiles los movimientos de mi cuerpo, era un Ram[1] en todo el sentido de la palabra. Era un
hombre joven con una luz terrible a mi alrededor, y una espada mucho más grande
que yo. A veces pienso que fui muy lento de entendimiento en aquella
existencia, pues nunca me di cuenta de por qué la maravillosa espada me parecía
tan ligera, y sin embargo era tan grande que nueve manos juntas no podían
sostener su empuñadura.
Volví de la montaña a la ciudad de Onai. En los campos de
las afueras de la ciudad vi a una anciana levantarse y proteger sus ojos de la
luz del sol para contemplar mi llegada. Pronto, todos dejaron sus labores.
Pararon los carros. Relincharon las mulas. Todo se calmó. Cuando la gente
corrió a mirar mi rostro, algo debió persuadirlos, pues cada uno de ellos cogió
su humilde herramienta y me siguió hasta la ciudad.
Destruimos Onai porque los atlantes me escupieron en la cara
cuando les exigí que abrieran los graneros para alimentar a nuestra gente. Los
atlantes estaban tan poco preparados para esto que los vencimos fácilmente, ya
que ellos no conocían la batalla.
Abrí los graneros para nuestra pobre gente, y después
quemamos Onai hasta sus cimientos. Nunca se me pasó por la cabeza el no
ser capaz de hacerlo, ya que en aquel momento no me importaba vivir o morir, no
me quedaba ya nada por lo que vivir.
Cuando la masacre y el fuego hubieron terminado, una gran
herida seguía dentro de mi ser, ya que mi odio no había quedado satisfecho. Huí
de la gente para esconderme en las montañas, pero ellos me siguieron a pesar de
que yo los maldecía, los escupía y les arrojaba piedras.
«Ram, Ram, Ram, Ram», cantaban, con sus herramientas de
campo y el grano amarrado en trapos, llevando manadas de cabras y ovejas
delante de ellos. Les grité que me dejaran en paz y volvieran a sus casas, pero
ellos aún me seguían, pues ya no tenían casa. Yo era su casa.
Puesto que insistieron en seguirme adonde quiera que fuera,
reuní a todas estas criaturas desalmadas de grupos diferentes y se convirtieron
en mi ejército, mi pueblo. Eran realmente grandes personas, pero ¿soldados? De
ninguna manera. Mas de ahí en adelante, el gran ejército del Ram se constituyó
por sí mismo. Su número, al principio, era de casi diez mil.
Desde ese momento fui una entidad obsesionada, un bárbaro
que despreciaba la tiranía del hombre. Yo odiaba al hombre y luchaba
enteramente en espera de la muerte. No tenía miedo de morir, como muchos de mis
hombres, porque yo quería morir honorablemente. Nunca supe lo que es el miedo,
sólo conocí el odio.
Para dirigir una carga siendo tú el que va al frente, sin
nadie a tu alrededor, tienes que estar loco. La persona que es capaz de hacer
esto está llena de un poderoso impulso llamado odio. Así, yo era un espectáculo
buscando ser derribado por el más noble de mis enemigos; si tan sólo ellos me
hicieran ese honor. Y yo escogía a los más valiosos de mis oponentes para poner
fin a mi vida. Pero ¿sabes algo? Donde el miedo está ausente, está presente la
conquista. De modo que me convertí en un gran conquistador. Antes de mi tiempo,
no existían los conquistadores, sólo los tiranos.
Yo creé la guerra. Fui el primer conquistador que conoció
este plano. Hasta entonces, no había existido ninguna facción en guerra contra
la arrogancia de los atlantes. Ninguna. Yo la creé. En mi furia y hostilidad y
mi deseo de ser noble con lo que sentía, me convertí en lo que llamarías una
gran entidad. ¿Sabes lo que es un héroe? Yo fui uno, en verdad. El héroe
defiende la vida y pone fin a las injusticias de la vida misma, sin darse
cuenta de que al hacerlo está creando una nueva injusticia. Yo deseaba acabar
con todas las formas de la tiranía, y lo hice, sólo para convertirme en lo que
yo más despreciaba.
De ahí en adelante, fui impulsado por el afán de dar muerte
a la tiranía y de hacer más respetable el color de mi piel. Y de todos los
lugares que sitiamos y las batallas, todas las tierras que cruzamos y todas las
gentes que liberamos por el camino, uno a uno, mi ejército creció, y grande fue
la leyenda del Ram y su armada.
Yo era un imbécil, un bárbaro, un bufón, una entidad
ignorante y aclamada por su salvajismo; y durante los diez primeros años de mi
marcha hice la guerra a inocentes y me abrí paso arrasando e incendiando muchas
tierras, hasta que fui atravesado por una enorme espada. Si la hubieran dejado
dentro de mí habría sido mejor, pero la sacaron para asegurarse de que me
desangraría hasta la muerte. Vi el río de la vida fluir de mi ser sobre un
suelo de mármol blanco como la nieve que parecía perfecto, y vi que aquel río
escarlata había encontrado una grieta. Mientras yacía en el frío suelo de
mármol, viendo la sangre fluir de mi ser, vino una voz y me habló, diciendo:
«¡Levántate, levántate!»
Alcé mi cabeza y apoyé las palmas de las manos. Después
empecé a flexionar las rodillas. Mientras levantaba mi semblante para que mi
cabeza estuviera firme y erecta, levanté mi pie izquierdo y lo estabilicé.
Entonces, juntando toda mi fuerza, puse mi mano sobre mi rodilla, mi puño
cubriendo mi herida... y me levanté.
Al ponerme en pie, con la sangre brotando de mi boca,
fluyendo por mis dedos y bajando hasta mis piernas, mis agresores, que ahora
estaban seguros de que yo era inmortal, huyeron. Mis soldados sitiaron la
ciudad y la arrasaron.
Nunca olvidaría la voz que me hizo levantarme, que me salvó
de la muerte. En los años que siguieron, busqué el rostro de aquella voz.
Me entregaron a la corte de las mujeres de mi ejército para que
me cuidaran. Tuve que soportar las pócimas pestilentes de grasa de buitre que
me ponían en el pecho. Tuve que obedecer sus órdenes y ser desvestido ante sus
ojos. Ni siquiera podía orinar ni arrojar el excremento de mi ano en privado,
todo lo tenía que hacer delante de ellas. ¡Qué experiencia más humillante! He
proclamado hasta el día de hoy que aquella grasa de buitre no era para curarme;
era tan espantosa que el respirarla me mantenía vivo. Durante el período de mi
cura, gran parte de mi odio y mi orgullo sucumbieron ante la necesidad de
sobrevivir.
Mientras me recuperaba de mi horrorosa herida, y no pudiendo
hacer otra cosa, empecé a contemplar todo lo que me rodeaba. Un día vi cómo una
anciana se iba de este plano, aferrándose al lino que tejió toscamente para su
hijo, quien había perecido mucho tiempo atrás. Vi a la mujer irse a la luz del
sol del mediodía, y la vida se iba de su cuerpo en ahogados golpes de llanto.
Mientras miraba a aquella anciana marchitarse en la luz, su boca se abrió en
una expresión horrorizada, y sus ojos se vidriaron y la luz ya no los afectaba.
Nada se movía... excepto la brisa y su viejo
cabello.
Pensé en aquella mujer y en su hijo muerto, y pensé en la
gran inteligencia de ambos. Después volví a mirar al sol, que nunca perecía.
Era el mismo sol que la anciana había visto entrar por una grieta en el techo
de su cabaña la primera vez que abrió sus ojos cuando era un bebé... Y fue lo
último que vio cuando murió.
Miré otra vez al sol. ¿Y sabes qué? Él era inconsciente de
que ella hubiera muerto. Lo miré mientras enterrábamos a la anciana debajo de
un gran álamo junto al río.
Mientras el sol se ponía aquella tarde, lo maldije. Lo vi
sentarse sobre repisa de montañas como una gran joya incandescente, con ojos
escarlata Miré las montañas color púrpura y el valle, envueltos en la niebla, y
vi los rayos de la luz del sol dorar todas las cosas y hacerlas ilusoriamente
hermosas. Vi las nubes, cuya palidez azul recobró vida en tonos escarlata, rosa
fuego y rosado.
Continué mirando aquella gran luz mientras se retiraba por
detrás de montañas que ahora surgían como dientes afilados en el horizonte,
hasta que los últimos rayos de su belleza bajaron por detrás de la última
montaña, Oí a un pájaro nocturno gritar por encima de mí y miré a los cielos
para ver la luna pálida reluciendo contra un cielo oscurecido. Se levantó una
brisa, y mientras soplaba en mi pelo y secaba mis lágrimas, todo mi ser
enfermó.
Yo era un gran guerrero. Con una espada podía partir a un
hombre en dos en un instante. Había degollado, despedazado y descuartizado.
Había olido la sangre y quemado gente. Pero ¿por qué hice todo aquello? El sol
se ponía con toda su magnificencia, los pájaros cantaban en la noche, y la luna
salía a pesar de todo.
Fue entonces cuando empecé a reflexionar sobre el Dios
Desconocido-Lo único que realmente quería era entender aquello que parecía tan
asombroso , tan misterioso y tan lejano. ¿Y qué era el hombre? ¿Qué era él?
¿Por qué no era más que el sol? ¿Por qué no pudo vivir la anciana? ¿Por qué el
hombre —aún siendo la multitud que más abunda en este plano, la fuerza creadora
y la fuerza unificadora— era la criatura más vulnerable de la creación? Si el
hombre era tan grande como me había dicho mi gente, ¿por qué no era lo
suficientemente importante como para que el sol se detuviera en señal de luto
por su muerte? ¿O para que la luna se volviera púrpura? ¿O para que los pájaros
dejaran de volar? El hombre parecía carecer de importancia, puesto que todas
estas cosas seguían su marcha aunque él pereciera. Todo lo que quería era
saber.
No tuve un maestro que me enseñara sobre el Dios
Desconocido, pues no confiaba en ningún hombre; tanto había visto y perdido a
causa de la maldad del hombre y su pensamiento alterado. Había visto al hombre
despreciar al hombre y negarle la existencia de su alma. Había visto inocentes
destripados y quemados por miedo. Había visto niños desnudos en grupos de
esclavos, examinados por almas perversas que les arrancaban su vello de
adolescentes, para que mantuvieran su imagen de niños cuando los violaran.
Había visto sacerdotes y profetas inventar, con su odio hacia la humanidad,
criaturas de gran tormento y fealdad para poder gobernar y esclavizar a las
gentes con las leyes de la religión. No había ningún hombre viviente a quien
pudiera tener como maestro, puesto que todos ellos tenían el pensamiento
alterado, habían tomado aquello que era realmente puro e inocente, y lo habían
alterado a través de su propio entendimiento limitado. No quería saber nada de
un Dios creado por el entendimiento del hombre, porque si el hombre había
creado a aquel Dios, éste sería falible.
Fueron los elementos de la vida, los maestros más verdaderos
de todos, los que me enseñaron sobre el Dios Desconocido. Aprendí de los días,
de las noches, Y aprendí de la vida tierna e insignificante que abunda incluso
en medio de la destrucción y la guerra.
Contemplé al sol en su advenimiento glorioso sobre el
horizonte. Contemplé su marcha por los cielos, que acababa en la esfera oeste y
de ahí se iba a dormir. Aprendí que el sol, aunque era mudo, controlaba la vida
sutilmente, ya que todos los que eran bravos y valientes y luchaban entre sí,
cesaban su batalla cuando el sol se ponía.
Contemplé la belleza de la luna en su pálido resplandor
mientras bailaba los cielos, iluminando la oscuridad de maneras misteriosas y
maravillosas. Vi las fogatas de nuestro campamento encender el cielo del
atardecer; escuché a las aves que aterrizaban en el agua, a los pájaros
susurrando en sus nidos nocturnos, y a los niños con sus risas. Observé las
estrellas fugaces, los ruiseñores, la escarcha en los juncos y el lago plateado
de hielo, creando la ilusión de otro mundo. Vi cómo las hojas de los olivos se
tornaban de esmeralda a plata cuando el viento soplaba a través de ellas.
Observé a las mujeres paradas en el río mientras llenaban
sus cántaros de agua, con sus ropas atadas descubriendo sus rodillas de
alabastro. Escuché el bullicio de sus habladurías y la broma en sus risas. Olí
el fuego de hogueras distantes, y el ajo y el vino en el aliento de mis
hombres.
No fue hasta que observé y reflexioné sobre la vida y su
continuidad que descubrí quién era realmente el Dios Desconocido. Deduje que el
Dios Desconocido no era ninguno de los dioses creados por el pensamiento
alterado del hombre. Me di cuenta de que los dioses en las mentes de los
hombres son sólo las personalidades de aquello que más temen y respetan; el
auténtico Dios es la esencia siempre continua que permite al hombre crear y
representar sus ilusiones de cualquier manera que él elija, y que todavía
estará ahí cuando el hombre vuelva otra vez, en otra primavera, en otra vida.
Me di cuenta de que es en el poder y la continuidad de la fuerza de la vida en
donde el Dios Desconocido yace realmente.
¿Quién era el Dios Desconocido? Era yo..., y los pájaros en
su nido nocturno, la escarcha en los juncos, el rocío de la mañana y el cielo
del atardecer. Era el sol y la luna, los niños y su risa, las rodillas de
alabastro y el agua del río. Era el olor del ajo, el cuero y el metal. Me llevó
mucho tiempo llegar a este entendimiento, sin embargo, había estado siempre
ante mis ojos. El Dios Desconocido no estaba más allá de la luna o del sol.
Estaba a mi alrededor. Y con este nuevo nacimiento de la razón empecé a abrazar
la vida, a apreciarla y a encontrar una razón para vivir. Había algo más que
sangre y muerte y el hedor de la guerra, había vida, más de la que nunca
habíamos percibido.
Fue a través de este entendimiento que, en los años
siguientes, yo llegaría a comprender que el hombre es lo más grandioso entre
todas las cosas, y que la única razón por la que el sol sigue su curso mientras
que el hombre muere, es porque el sol nunca contempla la muerte. Todo lo que él
sabe, es ser.
Cuando descubrí por medio de la contemplación, quién y qué
era el Dios Desconocido, no quise marchitarme y morir como lo hizo la anciana.
Debe haber un medio, pensé, de vivir para siempre, como el sol.
Una vez me hube repuesto de mi terrible herida, poco tenía
que hacer sino sentarme en un altiplano y contemplar cómo mi ejército engordaba
y se volvía holgazán. Un día, mientras miraba al horizonte para ver las
siluetas vagas de montañas fantasmales y valles aún inexplorados, me pregunté
cómo sería ser el Dios Desconocido, el elemento de la vida. ¿Cómo podría yo ser
parte de esa esencia que es continua?
Fue entonces cuando el viento me jugó una treta y me insultó
más de lo que yo podía aceptar. Sopló sobre mi capa, que era grande y
majestuosa, y la arrojó sobre mi cabeza. ¡Qué cosa más ridicula! No era una
posición muy digna para un conquistador. Luego el viento hizo que un
maravilloso remolino de polvo color azafrán creara una columna detrás de mí que
subía hasta los cielos. Y en cuanto me distraje, el viento cesó y todo el polvo
cayó sobre mí.
Y luego el viento se fue soplando por el cañón, río abajo,
atravesando los maravillosos huertos de olivos, tornando las hojas de esmeralda
a plata. Y levantó las faldas de una hermosa muchacha alrededor de su cintura,
con todo el revuelo que ello provocó. Y luego se llevó el sombrero de un niño
pequeño, y el niño fue corriendo tras él, riendo sin parar.
Le ordené al viento que volviera, pero sólo se rió en el
vendaval del cañón. Luego, cuando mi cara se volvió azul de tanto gritar
órdenes, me senté en cuclillas... y él vino y sopló en mi cara suavemente. ¡Eso
es libertad!
Mientras que no había hombre al que yo tuviera como ideal,
el viento demostró ser mucho más que un ideal para mí. Al viento no lo puedes
ver, pero cuando se echa con furia sobre ti, estás asediado. Y no importa lo
grande y poderoso que seas, no puedes declararle la guerra al viento. ¿Qué
puedes hacerle? ¿Acuchillarlo con tu espada? ¿Despedazarlo con tu hacha? ¿Escupirlo?
Él no hará más que arrojártelo de vuelta en el rostro.
¿Qué otra cosa podría ser el hombre, pensé, que le diera esa
libertad de movimiento, ese poder, y que fuera incapaz de dejarse aprisionar
por la naturaleza limitada del hombre, que le permitiera estar en todas partes
y a todas horas, y que, a diferencia del hombre, nunca muriera?
Para mí el viento era la esencia suprema, siempre continuo,
libre de movimiento, ocupando todo, sin forma ni fronteras, mágico, explorador
y aventurero. Y es ésta, realmente, la semblanza más cercana que existe a la
esencia-Dios de la vida. Y el viento nunca juzga al hombre. El viento nunca
abandona, y si lo llamas vendrá hasta donde estés, por amor. Los ideales
tendrían que ser así.
Así que yo deseaba convertirme en el viento. Y lo contemplé
durante años y años. Ese era mi ideal. Eso es lo que quería ser. Eso era a lo
que apuntaban en convertirse todos mis pensamientos. Contemplé el viento y me
alineé con su naturaleza escurridiza y su ligereza, con sus contornos
indefinibles. Y al contemplar el viento, en la búsqueda de mi realización, en
el viento me convertí.
El primer acontecimiento no tuvo lugar hasta seis años
después de que me atravesaran con la espada. Cada atardecer iba a sentarme en
mi altiplano solitario, miraba fijamente a la luna y su fina palidez, y
contemplaba el viento. Y llegó un momento en que, para mi sorpresa, me encontré
suspendido en los cielos y cuando me volví y miré hacia abajo, no sabía quién
era.
En un instante me di cuenta de que estaba muy lejos de la
simple partícula de mi cuerpo, allí abajo en el altiplano. Cuando miré hacia
abajo y me vi por encima de mi cuerpo, sentí miedo por primera vez desde que me
atravesaron con la espada. Fue ese miedo lo que me devolvió a mi cuerpo.
Abrí mis ojos y sentí un sudor frío y caliente al comprender
que había estado en otro lugar, fuera de la prisión de mi cuerpo. Estaba en el
paraíso porque estaba seguro de que me había convertido en el viento. Me arrojé
al suelo y alabé a Dios:
La siguiente tarde fui a mi lugar de actividad solitaria,
contemplé el viento con gozo exuberante y me convertí... en nada. Lo intenté otra
vez, y otra y otra. Sabía que mi experiencia no había sido simplemente mi
imaginación. Había visto una perspectiva diferente, había estado en el aire
como una paloma o un halcón y había visto mi lamentable yo debajo de mí.
No quería nada, no deseaba nada, nada, sino el pensamiento
de convertirme en esa libertad. Pero sin importar cuán desesperadamente luché,
ni cuánto sudor salió de mi cuerpo, ni cuántas maldiciones siguieron, no fui a
ninguna parte. Me quedé, y mucho más pesado que antes, porque era más
consciente de lo mucho que pesaba. Pero nunca perdí mi ideal, ni olvidé la
sensación de aquel momento cuando por primera vez miré por encima de mi cuerpo
insignificante.
Pasó mucho tiempo antes de convertirme en el viento de
nuevo, dos años desde la primera vez, según vuestro cómputo del tiempo. Esta
vez sucedió, no tras contemplar el viento, sino a través de un sueño apacible.
Había alabado a
Una vez hube perfeccionado la capacidad de abandonar mi
cuerpo, me llevó mucho tiempo aprender cómo desplazarme a otros lugares.
Sucedió un día que uno de mis hombres se hallaba en una
situación muy peligrosa. Se había caído del caballo, pero su pie seguía metido
en el estribo. En el momento que puse mi pensamiento en él, estaba con él, y
liberé su talón. Estuve con él y le deseé que se repusiera, pero él pensó que
yo era un sueño.
Durante muchos años viajé con el pensamiento a otros reinos
y vi otras entidades. Visité civilizaciones en el nacimiento de su futuro, y
vidas nunca vistas. Aprendí a viajar en un instante, porque descubrí que donde
está el pensamiento, está la entidad. ¿Y cómo conquisté a partir de entonces?
Fui un enemigo imponente puesto que conocía la manera de pensar de mis rivales.
Por lo tanto, me burlé de todos ellos. Nunca volví a asediar sus reinos, dejé
que ellos solos se asediaran.
Poco a poco, a lo largo de muchos años, y a medida que el
pensamiento de transformarme en mi ideal se convertía en la fuerza vital de las
células de mi cuerpo, mi alma, gradualmente, cambió la programación de cada
estructura celular, aumentando la frecuencia vibratoria en todas ellas. ¡Tan
fuerte era mi deseo! Cuanto más en paz estaba con la vida, más experimentaba
esa emoción en toda mi estructura física, hasta que me fui volviendo cada vez
más y más ligero. La gente me miraba y decía: «Mirad, hay una luz alrededor del
maestro». Y la había, ya que mi cuerpo estaba vibrando a una velocidad más
rápida, pasando de la velocidad de la materia a la velocidad de la luz; eso es
lo que hacía que una luz emanara de mi ser.
Con el tiempo, mi cuerpo se fue volviendo más ligero y tenue
a la luz de la luna. Entonces, una noche, llegué hasta donde estaba la luna. Ya
no viajaba solo con el pensamiento, había aumentado las vibraciones de mi
cuerpo hasta vibrar como la luz, y me había llevado la totalidad de mi cuerpo
conmigo. Estaba lleno de júbilo y alegría, porque aquello que había logrado
nunca se había oído antes. Volví sólo para ver si lo podía hacer otra vez. Y lo
hice una y otra y otra vez, sesenta y tres veces antes de mi ascensión final.
Se convirtió en una expectativa, como el respirar lo es para ti.
Cuando me convertí en el viento, me di cuenta de lo limitado
que había sido y de lo libres que eran los elementos. Cuando me convertí en el
viento, me convertí en un poder invisible y sin forma, que es luz palpitante, indivisible.
Así, podía moverme entre los valles y cañadas, a través de montañas, océanos y
estratos, y nadie podía verme. Y como el viento, tenía el poder de tornar en
plata las hojas esmeralda, de mover árboles inamovibles, de penetrar en los
pulmones de un bebé o en la boca de un amante, y regresar a las nubes y
empujarlas. Cuando me convertí en el viento, me convertí en la cúspide de un
poder en movimiento que nunca puede ser domado, un movimiento salvaje que es
libre, libre de peso, libre de medida, libre del tiempo. Cuando me convertí en
el viento me di cuenta de lo pequeño e impotente que es el hombre en su
ignorancia de sí mismo... y de lo grande que se vuelve cuando se extiende hasta
el conocimiento. Aprendí que cualquier cosa que el hombre contemple lo
suficiente, meramente por deseo, en ello se convertirá. Si el hombre se dice
repetidamente a sí mismo que es un ser miserable, sin alma, impotente, lo
creerá y en ello se convertirá. Si se llama a sí mismo señor del viento, será
el señor del viento, como yo lo fui. Y si se llama a sí mismo Dios, se
convertirá en Dios.
Una vez que hube aprendido estas cosas, empecé a enseñar a
mis amados hermanos sobre el Dios Desconocido,
Aprendiendo a comprender los elementos de la vida, a los que
yo encontraba más fuertes e inteligentes que el hombre, y que vivían en
coexistencia pacífica al lado del hombre y a pesar de él, descubrí al Dios
Desconocido.
Si le preguntas a un hombre: «¿Cuál debe ser mi aspecto? ¿En
qué debo creer? ¿Cómo debo vivir?», si haces eso, morirás. Eso es una gran
verdad. Ve y pregúntale al viento: «Dame el conocimiento, viento. Ábreme y
permíteme saber», y él te transformará de verde oliva a plata, y te llevará por
los recovecos de los cañones, riendo contigo, descaradamente libre.
Yo fui muy afortunado al aprender de los elementos de la
vida. El sol nunca me maldijo, ni la luna me dijo que yo debía ser de una
determinada manera. Y los elementos nunca me reflejaron el fracaso. La escarcha
y el rocío, el olor de la hierba, el ir y venir de los insectos, el grito del
pájaro nocturno, son todas cosas infalibles cuya esencia es simple. Y lo
maravilloso de ellos es que en su simplicidad y constancia nunca pidieron nada
de mí. El sol nunca me miró y dijo: «Ramtha, debes adorarme para conocerme». La
luna nunca me miró y dijo: «Ramtha, ¡despierta! ¡Es hora de que admires mi
belleza!» Ellos estaban ahí en cualquier momento en que yo alzara la vista para
contemplarlos.
Aprendí de algo que es constante, que no juzga, y que es
fácilmente inteligible si el hombre pone su mente en ello. Por eso yo no estuve
en manos del pensamiento alterado del hombre con su hipocresía, creencias
supersticiosas, dogmas, y los dioses de muchas caras que debes tratar de
apaciguar. Por eso fue fácil para mí aprender en una sola existencia sobre este
plano, lo que la mayoría de la gente aún tiene que entender, porque ellos
buscan a Dios en el entendimiento de otros hombres. Buscan a Dios en las leyes
del gobierno, de la iglesia, en una historia de la que aún les queda
cuestionarse quién la escribió y por qué se escribió. El hombre ha basado sus
creencias, su entendimiento, sus procesos de pensamiento, su vida misma, en
algo que vida tras vida ha demostrado ser un fracaso. Y todavía el hombre,
tropezando con su pensamiento alterado, prisionero de su arrogancia, continúa
con esa hipocresía inquebrantable que sólo conduce a la muerte.
Después de ascender fue cuando supe todo lo que quería
saber, porque salí de la densidad de la carne y entré en la fluidez del
pensamiento; y al hacer esto ya nada me inhibía. Supe entonces que el hombre
era verdaderamente, en su esencia, Dios. Antes de ascender no sabía que
existiera algo semejante al alma, tampoco entendía los mecanismos de ascensión
del cuerpo. Sólo sabía que estaba en paz con todo lo que había hecho y con la
vida misma. Ya no era un bárbaro ignorante, ansioso de batalla. Ya no me sentía
rendido y fatigado. Abracé la vida y las maravillas que veía en los cielos, día
tras día y noche tras noche. Esa fue mi vida.
Aprendí a amarme a mí mismo cuando me comparé con algo
grande y majestuoso. Mi vida se completó cuando tomé todo mi conocimiento y lo enfoqué
sobre mí mismo. Fue entonces cuando la paz llegó, cuando comencé a saber más.
Fue entonces cuando fui uno con el Dios Desconocido.
No fue en el viento en lo que me convertí, sino en el ideal
que el viento representaba para mí. Ahora soy su señor, porque me transformé en
el principio invisible que es libre, omnipresente y uno con toda la vida. Fue
al convertirme en este principio cuando entendí al Dios Desconocido, todo lo
que él es —y todo lo que no es— porque eso es lo que yo quería entender. Encontré
dentro de mí las respuestas que me permitieron expandirme hacia un
entendimiento mayor.
Yo fui Ram el Conquistador. Ahora soy Ram el Dios. Fui un
bárbaro que se convirtió en Dios a través de las cosas más simples y sin
embargo las más profundas. Lo que yo te enseño es lo que aprendí.
[1] (N.T.)
PD QUEDA PENDIENTE EL CAPITULO TRES