Carta dirigida por Poncio Pilato a Tiberio César,
aproximadamente en el año 31. El original de esta carta se conserva en
A Tiberio César:
Apareció en Galilea un hombre joven, que en nombre del Dios que
lo envió, predicaba humildemente una nueva ley. Primero temí que su intención
fuera sublevar al pueblo contra los romanos. Pero pronto se borraron mis
sospechas. Jesús de Nazareth habló más bien como un
amigo de los romanos, que de los judíos.
Cierto día observé en un grupo de personas a un hombre joven que,
apoyado en el tronco de un árbol, hablaba tranquilamente a la multitud que le
rodeaba. Se me dijo que era Jesús. Esto podía haberlo supuesto fácilmente, por
la gran diferencia que había entre el y aquellos que le escuchaban.
Su pelo rubio y su barba le confirieron a su apariencia un
aspecto celestial. Parecía tener unos 30 años. Nunca antes había visto
una faz más amable o simpática. Que diferencia tan grande había
entre él y los que le escuchaban, con sus barbas negras y su tez clara.
Como no deseaba molestarle con mi presencia, proseguí mi camino, indicándole
sin embargo a mi secretario que se uniera al grupo y escuchara.
Más tarde mi secretario me informó que jamás había leído en las
obras de los filósofos nada que pudiera compararse con las enseñanzas de Jesús.
Me informó que Jesús no era seductor ni agitador. Por ello decidimos
protegerle. Era libre de actuar, de hablar y de reunir al pueblo. Esta libertad
ilimitada provocaba a los judíos, los indignaba y los irritaba; no a los
pobres, sino a los ricos y poderosos. Más tarde escribí una carta a Jesús y le
pedí una entrevista con él en el Pretorio. Acudió.
Cuando el nazareno apareció estaba yo
dando precisamente mi paseo matinal y al mirarle, mis pies parecían aferrados
con correas de hierro al piso de mármol, temblando yo con todo el cuerpo cual
un ser culpable, a pesar de que él estaba tranquilo. Sin moverme, admiré
durante algún rato a este hombre excepcional. Nada había en él ni en su
carácter que fuera repulsivo; pero en su presencia sentí un profundo respeto.
Le dije que él y su personalidad estaban rodeados de una contagiosa sencillez
que el situaba por encima de los filósofos y maestros de su tiempo. A mí y a
todos nos causó una honda impresión debido a su amabilidad, sencillez, humildad
y amor.
Éstos, noble y soberano, son los hechos que atañen a Jesús de
Nazaret. Y me tomé tiempo para informarte de los pormenores acerca de este
asunto. Opino que un hombre que sabe transformar el agua en vino, que cura a
los enfermos, que resucita a los muertos y apacigua a la mar embravecida, no es
culpable de un acto criminal. Y como otros han dicho, debemos admitir que es
realmente el hijo de Dios.
Tu obediente servidor
Poncio Pilato.
Compartido por Julia Maitret