Enfermedades, dolores... ¿de verdad su médico le está dando todas
las soluciones? Siga leyendo...
Una manera
prodigiosa de mejorar (1/2)
La
música es un elemento fundamental en mi vida.
Escogerla bien, y escucharla en buenas condiciones, permite curar algunos
problemas de salud, pero también vivir más tranquilo, tener más energía, ser
más agradable con los demás, tomar decisiones en mejores condiciones e incluso
ser más inteligente.
La música
que cura
De
hecho, hoy está demostrado que la musicoterapia
(curar con la música) permite:
Experiencias
médicas reales con la música
He aquí un ejemplo concreto de los efectos de la música, del que dio cuenta el
neurólogo británico Oliver Sacks:
"Uno
de mis pacientes, el doctor P., había perdido la capacidad de identificar
objetos, incluso los más comunes, mientras su agudeza visual se mantenía
perfecta. No podía reconocer el guante o la flor que le enseñaba; un día
¡confundió a su mujer con un sombrero! Esta situación, sin duda, lo limitaba
mucho, pero descubrió que podía encargarse de las tareas de casa cuando las
organizaba en forma de canciones. Así, tenía una canción para vestirse, otra
para las comidas, otra para el lavabo, etc. Una canción para cada gesto de la
vida cotidiana".
"Algunos de mis pacientes, víctimas de un ataque cerebral o que padecen
alzhéimer, son incapaces de encadenar gestos que presentan una cierta
complejidad, como vestirse. En este caso concreto, las palabras en verso con
rimas pueden actuar como mnemotecnia". (1)
El
castrato Farinelli supo
curar con su canto al rey Felipe V de España (conocido irónicamente como
"el animoso" precisamente por su tristeza), que padecía depresión
nerviosa. Ninguna medicina había podido con los ataques de melancolía que le
impedían asumir sus responsabilidades regias. Cuando Farinelli
cantó para él por primera vez, recobró el gusto por la vida. El rey le hizo
cantar todos los días, y así fue recuperando poco a poco la salud.
Cómo actúa
la música
Para
explicar este efecto de la música, hay que acudir al funcionamiento del
cerebro.
Aunque tengamos la impresión de que siempre estamos pensando en algo, la
realidad es que los pensamientos conscientes que nos ocupan la cabeza son la
mayor parte del tiempo cosas intrascendentes, frívolas, sin utilidad.
"¡Qué coche más bonito!"; "He comido demasiado";
"Vaya, tengo que trabajar"; "Cómo me irrita este tío";
"Este sillón está muy duro"; "Me aburro...".
A veces, cuando nos concentramos, podemos hacer reflexiones complejas, como
resolver un problema matemático.
Pero incluso la más complicada de las ecuaciones de Einstein no es más que una
operación mental simple y burda en comparación con los increíbles cálculos que
el cerebro ejecuta, en todo momento y sin que seamos conscientes de ello, para
permitirnos, por ejemplo:
Tomemos
el caso del cerebro de un jugador de billar. Es capaz, lo que es asombroso, de
determinar cómo darle a una bola con el ángulo, la fuerza y el movimiento
rotatorio necesarios para meterla en el agujero, tras varios rebotes. Sin
embargo, este mismo jugador no podrá describir nunca su gesto en palabras, y
todavía menos plantearse las ecuaciones matemáticas que describen la
trayectoria de la bola.
Muchas veces, utilizamos la palabra "instinto" para describir este
prodigio, pero es porque a menudo ignoramos que la parte inconsciente de la
actividad del cerebro es infinitamente más rica y desarrollada que aquella de
la que tenemos conciencia. Así, el cerebro controla en todo momento los
procesos fisiológicos. Dirige la digestión, el sistema inmunitario, el
funcionamiento de los riñones, el hígado, el bazo, el páncreas... sin que
tengamos la menor conciencia de ello. Ni aunque hiciéramos un gran esfuerzo de
interiorización llegaríamos nunca a comprender, por ejemplo, los movimientos
del estómago ni podríamos ordenar al sistema inmunitario que destruyese un
microbio o una célula cancerígena (bueno, algunos afirman que sí son capaces,
pero no parece que la mayoría de nosotros pueda hacerlo).
Esto es lo trágico: el cerebro consciente, los pensamientos conscientes que
somos capaces de generar de manera voluntaria en la cabeza, no tienen apenas
influencia sobre las funciones complejas del cuerpo. Aunque el cerebro sea
quien las coordine, la voluntad interviene muy poco. Y lo que es más
sorprendente, nuestra voluntad en sí no llega a actuar sobre los sentimientos.
Si nos enfadamos, somos tímidos, celosos, impacientes, estamos enamorados o
deprimidos, por mucho que nos repitamos a nosotros mismos "¡Ya
basta!", en general no sirve de nada.
Y aquí es donde llega la música y su increíble poder.
La música es
más poderosa que la voluntad
Cuando,
hace milenios, el ser humano se dio cuenta como nosotros de que su voluntad
consciente no podía hacer nada, o casi nada, para curar una enfermedad del
cuerpo o del alma, constató que era el momento de pasar a los sonidos.
El simple gesto de dar palmas puede modificar el estado de ánimo de alguien,
provocarle una excitación repentina, ganas (¡necesidad!) de bailar, por
ejemplo, o exaltación si un grupo de gente se pone a aplaudir delante.
Pero los efectos de la música van más allá, mucho más lejos. Tocar unas notas,
en un determinado orden, tiene el poder de provocar alegría, tristeza,
distensión, agresividad, rabia, risa, esperanza, inquietud... y podría seguir
así hasta el infinito.
La música penetra directamente en los circuitos neuronales más complejos y más
inconscientes del cerebro e influye en el estado de ánimo, pero también puede
regular directamente la respiración, el ritmo cardiaco, las funciones motoras e
incluso actuar en otras funciones como la digestiva o la inmunitaria, lo que
explicaría sus efectos terapéuticos.
Los egipcios conocían la armonía de los cuerpos y usaban la música como
tratamiento. Sabían que la belleza del arte contribuía a devolver al enfermo su
belleza, como manifestación de la armonía reencontrada. La enfermedad se
entendía como un desequilibrio que la música podía por sí sola corregir.
Los griegos enseñaban música a la vez que medicina. El filósofo y matemático
griego Pitágoras creó con los sonidos todo un método, al que llamó
"purificación", para tratar a los enfermos. Para ello, inventó
remedios que debían reprimir o expulsar las enfermedades tanto del cuerpo como
del alma. Componía música destinada a corregir los estados de ánimo. El
filósofo latino Jámblico, en su "Vida de
Pitágoras", indicó que: "mediante el uso sólo de sonidos musicales,
sin acompañamiento de palabras, Pitágoras efectuaba la curación de las pasiones
del alma, así como de determinadas enfermedades".
Los chinos y los hindúes también señalan en sus testimonios los efectos
curativos del sonido y la música.
La música parece
tener efectos mágicos
El
efecto de la música en el ser humano es tan poderoso que al principio se
atribuyó a los espíritus o a los dioses. La música siempre y, ante todo, ha
sido religiosa, porque permitía al hombre comunicarse con un mundo invisible.
En
Pero la música es también religiosa en el sentido amplio del término, es decir,
que une a los hombres. Las personas sienten a menudo los mismos sentimientos al
escuchar la misma música. Tienen la impresión de comunicarse, de formar un
único cuerpo, como sucede con los monjes que cantan el gregoriano en un
monasterio, como los participantes de una "rave" moderna en un campo
agrícola, con los soldados de un ejército caminando al son del pífano o con una
tribu africana bailando alrededor de un tam-tam.
Con el tiempo, la música se ha perfeccionado. Los seres humanos han aprendido a
combinar cada vez mejor los ritmos, las melodías (sucesión de notas que forman
una frase musical), la armonía (el resultado de varias notas tocadas a la vez),
los matices (fuerza o suavidad) y los timbres (sonidos particulares de los
instrumentos que producen efectos diferentes) para producir los efectos más
variados tanto en su público como en ellos mismos.
En el próximo número de Tener S@lud, que le
enviaré pasado mañana, hablaremos de las diferentes músicas que hay y de los
efectos, positivos o negativos, que pueden tener sobre el ánimo y la salud. No
se lo pierda, ¡esté pendiente de su bandeja de entrada!
¡A su salud!
Juan-M. Dupuis
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Fuentes
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